Pasamos una noche de ensueño. No paramos de
conversar, caminamos y nos reímos mucho, comimos pasta y tomamos cuatro copas de
vino. Prometimos no arruinar el momento con preguntas inapropiadas sobre
nuestras vidas: fue una promesa hecha.
Byron rostran argeñal
30 JUNIO 2020
Traté de
recordar, unos tras otros, los acontecimientos que pasaron en ese mes de junio.
Todos me parecerían extrañamente irreales, como si entre los hechos y yo mismo
se interpusieran dos o tres hojas de cristal. Pero no había duda de que me
había pasado.
Fue curioso
encontrar esa noticia. Por alguna razón, al llegar a mi país y pensando en ella,
busqué su nombre en internet. Creí recordar su apellido y digité su nombre también.
Quedé paralizado al encontrarme con tan inesperado suceso.
***
Lo que pasó fue algo así, regresaba a
casa, viajaba de Lisboa a Miami, después de disfrutar unos días en Frankfurt.
Cruzaba el océano Atlántico en una nave inmensa de Tap Portugal Airlines. Esta
tenía una división de sillas 2-4-2; lo menciono porque al abordar un avión uno
está como pendiente de quién le tocará de acompañante. Me tocó compartir el
lado lateral con una única pasajera de esa fila. Al principio sentí un poco de
incomodidad al pensar en las 8 horas que me esperaban junto a una perfecta
desconocida, pero creo que era mejor que ir con más de una o en medio de dos
personas, casi como un sándwich. Mi acompañante era una muchacha muy bonita,
blanca y de nariz puntiaguda, ojos color miel y cabello liso castaño. Me
observó de reojo y bajó su mirada como buscando algo. Se veía joven, aunque
después me dijo que tenía 24 años. No tardamos en iniciar la conversación, creo
que ambos lo queríamos. Resulta que hablaba muy bien español, con un acento un
tanto cantadito y lento, pero muy bueno. Lo había aprendido cuando vivió seis
meses en Sevilla, España.
Viajaba a
Los Ángeles, donde pasaría todo un año mejorando su inglés. Tendría una escala
en Miami, al igual que yo, sin duda un vuelo cansado, y una noche necesaria
para tratar de burlar un poco el jet lag.
Creo que a medida que avanzaba el trayecto y la conversación nos agradamos
mucho. Le hablé de mi país y se mostró bien interesada tratando de adivinar
dónde quedaba. Le sorprendió mucho que yo viajara tanto, pero me dijo que le
gustaba, que seguro tenía muchas historias que contar. Se llamaba Nadezhda y
era de Ucrania, de Kiev. En una ocasión anterior ella ya había viajado a
Estados Unidos, a Texas, por motivos de estudios, y esta era su segunda
oportunidad para volver.
Cuando le
hablé de libros y de escritores me hizo muchas preguntas. Creo que no sabía
nada de ellos, pero su amabilidad por el tema nos regaló varias risas.
Empezamos a inventar historias cortas de los pasajeros que caminaban para
estirarse o para ir al baño. En algún momento se quedó dormida y recostada en
mi hombro. Sin duda era muy linda, completaba todos los estándares de una chica
europea. Su sonrisa, un tanto coqueta y segura, daba la impresión de que ya nos
conocíamos. Cuando despertó seguimos hablando: creo recordar que fue sobre un
poco de arte y de algunos museos visitados. Nos emocionamos con algunas
anécdotas.
Cuando
estábamos a punto de aterrizar después de un cansado pero ameno viaje, muy en
el fondo no quería que terminara ni despedirme para siempre de ella (hubo
tantos detalles que no los recuerdo con claridad). Ambos pasaríamos una noche
en Miami, así que había que intentarlo. Fuimos los últimos en salir, ninguno
parecía tener prisa, era como si ambos teníamos ese sentimiento. Al salir y
pasar todo el tedio de aduana le dije que sería completamente agradable si
saliéramos en la noche; era aún mediodía y teníamos a lo mejor unas horas antes
de volver al aeropuerto al día siguiente. «Me encantaría», dijo. Almorzamos en
algún puesto dentro del aeropuerto y esa comida nos devolvió la vida.
Nuestros
hoteles eran diferentes, pero cerca del aeropuerto, como es común; así que fue
fácil concretar. Nos vimos unas horas más tarde, bañados y con mejor cara, ya
casi llegada la noche. Tomamos un Uber y fuimos a cenar a Ocean Drive,
recorriendo antes toda esa zona viva. «Yo no conozco, así que tú serás mi guía»,
sentenció. En algún momento nos tomamos de la mano y era una alegría que nos
envolvía. Ella modelaba un vestido negro corto y calzaba tenis, se miraba guapa
y destilaba un toque sexy.
Pasamos una
noche de ensueño. No paramos de conversar, caminamos y nos reímos mucho,
comimos pasta y tomamos cuatro copas de vino. Prometimos no arruinar el momento
con preguntas inapropiadas sobre nuestras vidas: fue una promesa hecha. «No
preguntes nada»: lo dijo de una manera tierna, casi como una orden. Cerca del
Hotel Victor y debajo de unas palmeras por la doceava calle, nos besamos largo
y tendido. Me abrazó fuerte y me miró sin decir nada. Le dije que todo esto era
una tremenda coincidencia; no entendió la palabra y me pidió que se la
explicara. Me dijo que le gustaba cómo hablaba y mientras acariciaba mi rostro
me aseguró que mi sonrisa era un regalo y que mi forma de vestir la había
enamorado. Me pareció tan literario ese momento.
Volvimos a
su hotel cerca de las dos de la madrugada, alegres y con una botella de vino
por abrir. Hicimos el amor toda esa noche y creo haberme sentido muy
apasionado. Ella no dejaba de mirarme. Fue un arte estar juntos. Sentía como si
el corazón se pudiera salir del pecho. Ella temblaba y no quería soltarse de
mí. Fue una noche cargada de mucha energía, cariño y gusto. Me dijo unas frases en ucraniano, mientras
apretaba sus ojos. Creo que nuestros cuerpos quedaron completamente tatuados de
tantas caricias. Abrimos el vino como a las cuatro de la mañana y me dijo que
yo le gustaba. Lo siguiente que pasó fue una suma de placer en su máxima
expresión.
Al amanecer
debíamos separarnos. No nos intercambiamos números ni contactos, ni prometimos
volver a vernos, ni nada por el estilo. Su vuelo salía primero que el mío, así
que ese fue el adiós. Le dije que un día escribiría sobre ella, y me respondió
que por favor fuese algo bonito. Le aseguré: «Solo cosas bonitas podría
escribir de vos». Volvió a decirme que le gustaba cómo hablaba y repitió en un
tono un tanto burlesco: «Solo cosas bonitas podría escribir de vos». Se levantó
de la cama y me dio un abrazo fuerte; estaba desnuda y su figura era delgada e
ideal. Su cabello castaño claro le cubrió la mitad de su rostro.
«Espera», me
dijo. Fue a buscar su celular y nos tomamos una foto o creo que fueron dos. «No
es la mejor», sonrió, «pero siempre estarás conmigo». Fue raro que nunca
intenté tomarme una fotografía con ella ni le pedí esa. Nos besamos
apasionadamente y le dije hasta pronto. «Pensemos que nos veremos mañana», le
propuse. «¿Y qué pasará mañana? Seguiremos pensando que nos veremos», le
aseguré.
Al cerrar la
puerta me dijo: «¡Qué hermosa coincidencia!».
***
Doña María,
una cubana obesa que llevaba tres años de inmigrante trabajando en Miami, llegó
al hotel donde laboraba, cerca de las dos de la tarde, para iniciar su turno de
limpieza. Al abrir la habitación número 45 salió gritando y despavorida.
Encontró a una joven pálida y desnuda sobre la cama. Ese fue su testimonio.
Encontraron el
cuerpo de aquella joven sin una gota de sangre. Al parecer, la perforación de
unos 10 centímetros en su cuello sirvió para drenar su sangre por completo y
vaciarla en una papelera plástica, que encontraron tirada a medio limpiar. Solo
ciertas salpicaduras de sangre en la sábana y el piso. Los policías dedujeron
que tuvieron que haber depositado su sangre en el inodoro, ya que no había
dónde. La joven no tenía documentos que la identificara ni un celular; al
parecer se habían llevado su mochila con todo lo que portaba. Su cuerpo estaba
prácticamente blanco como un papel, sin vida. Sus ojos estaban petrificados, un
tanto aterrados; sus uñas daban la apariencia de vejez. La puerta no fue
forzada: nadie vio nada, nadie oyó nada.
La recepción
del hotel la identificó como Nadezhda Svetlana, mujer joven de 24 años, proveniente
del país Ucrania. Se registró en el inmueble para pasar una noche sola.
2 comentarios:
¿Amor de una noche? Tremenda coincidencia. Me gusto tu historia, de fácil lectura y pícara, creo que es, el sueño de todo viajero, un romance de escala, triste final, pero predecible, cuando tienes esa clase de encuentros, la pregunta es, ¿si el protagonista del romance fue el autor del crimen? veremos! La historia podría continuar...
Muy entretenido e interesante relato.😊 Qieria saber si el protagonista se enamoraba... Parece que sí, de muy mala manera. Triste final el de la pobre muchacha...Eso nos quita cualquier fantasía de alguna aventura con un desconocido. Aunque en el fondo sigo pensando que sería emocionante.😁 Felicidades Byron! Te deseo lo mejor siempre.
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