El Astillero

"Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias."

-Mario Vargas Llosa-



El miliciano.

BYRON ROSTRAN ARGEÑAL
Ene, 18, 2018.


Un inválido daba pasos milimetrados extendiendo su mano y pidiendo una ayuda económica para poder comer, eso decía. No lo reconocí a primera vista. Lo vi en los alrededores del Centro Comercial en Managua mientras me encontraba sentado en una banca no sé por qué. Los huesos de su cara sobresalían como una prótesis, estaba envejecido, era un cadáver sin una pierna. Me quedó viendo fijamente a los ojos o por lo menos eso creí, fue como si él pudiera ver a todos o a todo, pero sin ver nada específico. Igual que esas personas que por diversos problemas o situaciones en sus vidas, su mirada los delata. No descifran más que manchas humanas sin forma, colores invertidos en efecto porsterize.

Su aspecto era de un total mendigo que pedía un “peso” —una moneda—, la señal era con su dedo índice. Le hacían falta los dientes delanteros y los pocos apreciables —los laterales—, eran de un tono sepia. Busqué su nombre cerrando mis ojos fuertemente, obligué a mi mente a verlo casi treinta años atrás mientras pasaba frente a mi casa, la casa de mi niñez, vestido de piricuaco (el famoso uniforme verdeolivo de los soldados), empuñando un rifle con la bandera rojinegra amarrada en la punta. Sí, era él. ¿Qué hacía aquí?, o más bien ¿todavía estaba vivo? ¿Se acordaría de mí?, seguro que no. Tuve intenciones de hablarle, decirle que lo conocía o que creía conocerlo. Que quizás recordaba pasar por una calle a cientos de kilómetros de aquí. Pensé en invitarlo a comer o escuchar todo lo que había pasado, que yo era muy chico, pero me acordaba de muchas cosas que otros no. No lo hice.

Foto de: Marcelo Montecino "Sandinista after taking the Airport, Managua, 1979

Rolando Matamoros, recordé su nombre o eso creo. O a lo mejor nunca supe su nombre y fue el que le puse. Ese era el pordiosero que se acerca, era el mismo joven militar que pasaba de vez en cuando frente a ese porche de la casa. O tal vez pasó únicamente dos veces para visitar a su madre quien vivía en la misma cuadra. Quizás fueron varias las ocasiones y no recuerdo muchas. Qué rara es la memoria: nos permite recordar lo que no hemos vivido.

Era alto y fuerte. Con un fusil café o negro, muy pesado y colgando de su hombro derecho. Tan pesado que únicamente él podía cargarlo.

Cuando tomé un fusil por primera vez fue en una exhibición masiva que hacía el Ejército Nacional al conmemorarse otro aniversario de su fundación. Fue en la Plaza de la Revolución en Managua. Era todo un espectáculo ver regado por el lugar: tanquetas, jeeps wuas, camiones de color verde oscuro, campamentos improvisados, que dentro tenían todo tipo de armamento.

En uno de esos toldos estaba un rifle parecido al que portaba Rolando, lo tomé y creí cargarlo con mucha destreza mientras varias personas pasaban o estaban de pie observándome. Otros se tomaban fotos creyendo ser verdaderos militares de esa guerra entre nicaragüenses. El rifle que me pareció coincidir era un arma soviética a la que le llamaban Fusil de asalto AK-47.  Rolando tuvo que haber tenido mucha fuerza y resistencia para cargar con ese animal metálico en combate todos los días y a toda hora, hacerlo ya parte de su cuerpo, como un brazo o una pierna.

Ese día o esa tarde de la exhibición cargué muchas armas cayendo en el mismo juego de todos, creyéndome por un instante un verdadero combatiente de la Revolución Popular Sandinista: ¡Patria libre o morir! Hasta recuerdo haber entrado en una tanqueta algo oxidada y oscura. Cuando estuve dentro no concebía la idea de cómo pudieron alcanzar con facilidad dos o tres personas en ese espacio delimitado, era tremendamente incómodo. Tuvo que haberles causado claustrofobia a más de alguno. Pensé en lo realmente difícil que fue la guerra para los miles de jóvenes —jovencitos— que tuvieron involucrados. Pero ¡qué guerra es fácil!


Mientras crecí o, mientras crecía, tuve la absurda idea que los militares eran gente de hierro o de acero, que nada les podía pasar, nada les afectaba. Eran super hombres, super máquinas de peleas. No pasaban hambre ni enfermedades, no sufrían ni lloraban. No tenían sentimientos más que el valor del patriotismo o el heroísmo que los envolvía. ¡El espíritu de la Revolución! No sé cómo vino a parar esa percepción a mi mente, creo pensar por la idea que vendió Hollywood por tantos años en la época de la Guerra Fría y la que consumíamos sobre el verdadero héroe de batalla. El tipo fuerte y rudo como Lone Wolf  (Rambo). 

Visitas dede Octubre/19/2009

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