El Astillero

"Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias."

-Mario Vargas Llosa-



Operación reptil

BYRON ROSTRAN ARGEÑAL
Abril, 06, 2017

Mi sueño:

El presidente Anastasio Somoza Debayle “Tachito” no terminó redactando ninguna carta en 1979 obligado por los EEUU en la que expresa su renuncia voluntaria. Decidió quedarse en el país, con la excusa de entregarse o entregar el poder de la nación (al pueblo) en pleno acto público. A los sandinistas les pareció la idea, más bien, les fascinó. Y a como estaban los ánimos de odio hacia él, eso era sin duda un suicidio.

No sé lo que yo tenía que ver en ese asunto, pero ahí estaba, cerca de las decisiones que se tomarían, como un gregario un espíritu que presenciaba todo sin ser visto, sin que nadie lo escuchara. Somoza sin duda se notaba muy nervioso y su semblante había desfallecido, estaba temiendo por su vida; pero insistió tanto en dirigirse por última vez a la nación. “Si ellos quieren que entregue el poder, lo entregaré”, estaba decidido.



Todos sus asesores le dijeron que esa decisión era un disparate, que mejor saliera lo más pronto posible del país (a como realmente hizo, cuando lo recogió el helicóptero Sikorski, el que despegó de las instalaciones de la EEBI y aterrizó en la Loma de Tiscapa para recogerlo). Los sandinistas dieron el anuncio y eso se corrió en segundos por las calles, en radios y la televisión.

¡Somoza entregará el poder frente a todos los nicaragüenses!

Rodeado no únicamente de sus escoltas, sino de todos los guerrilleros y chavalos armados, subió a la tarima. Como suele pasar en los sueños, el tiempo es absurdo y veloz. La Plaza de la Revolución estaba a reventar de gente vestida de verdeolivo, barbuda y con un rifle en su mano, se escuchan disparos por todos lados. Sin duda tenía mucho miedo, de hecho estaba temblando, pero quería estar ahí cuando eso sucediera.

Me acerqué lo más que pude y divisé al comandante Ortega con su antigua apariencia, se encontraba al lado de Tomás Borge —ahora enterrado al lado de la tumba de Carlos Fonseca—, entre otros de los que conocí después estudiando la historia. Cientos de personas armadas dispuestas o sin escrúpulos a disparar y matar a quema ropa a quiénes quisieran. En ese momento, creo que todos querían pegarle un tiro a Somoza, desde el más pequeño que pudiera estar equipado, hasta el más anciano. Yo había escuchado un rumor que llegó a mí:

 “Cuando recibamos la orden, todos le disparamos al hijueputa”.

Por supuesto que él no saldría con vida después de dar sus palabras.
La idea: asesinarlo delante de todos, frente a las cámaras, a pleno medio día, con una nube de testigos. Acribillarlo a tiros, dejarlo un completo pazcón. Orinarlo. Escupirlo y si era necesario descuartizarlo. ¿Era el sentir de la nación o sólo de algunos cuantos armados? No lo sé, al parecer sí, pero ese era el ambiente estando ahí en medio de tanta algarabía. Un rencor profundo, un odio unánime.  Todos estaban aleados, incluso cientos de señoras que unos años después las llamarían “madres de mártires”.

Cuando se escuchó los disparos de miles de rifles sobre la humanidad de Somoza mucha gente salió corriendo, entre ellos yo. Corrí sin parar viendo como el viento ondulaba las enormes banderas rojo y negro en los postes de luz. Me detuve tratando de analizar qué era realmente lo que estaba sucediendo. Era un caos total. Había humo por todos lados, como si un vendedor aéreo pasaba en su trasporte en un globo volando por toda esa plaza, soltando gases con olor a pólvora. Esa imagen de quedarme paralizado viendo todo a mí alrededor, por muchos años fue un sueño recurrente, donde incluía entre otros matices, desfile de tanquetas y un ejército marchando por una calle principal.

Al dictador lo habían asesinado a sangre fría. Seguro todos los cachorros se acercaron para rodearlo y tomarse fotos al lado del cuerpo destruido, como cuando se tomaron su Búnker. Ahora sería una celebración total por todos lados. El animal, el perro, estaba muerto y bien muerto para siempre. Ahora sería una Nicaragua libre, un país de ensueño lejos de cualquier dictadura Somocista.



Somoza a la verdad murió acribillado a tiros por Enrique Gorriarán Merlo, un guerrillero argentino, que era algo así como el líder e integrante de la operación que acabo con el Dictador, el cual y de remate, también carbonizado cuando su Mercedez color blanco estalló. Allí quedaron los restos de uno de los hombres más poderosos de Latinoamérica. Con él moría también la dinastía Somoza.

***
La realidad fue que ya en Paraguay, el ex Presidente de Nicaragua, marchaba por la avenida Francisco Franco, su amigo Alfredo Stroessner, le había dado refugio. En el Mercedes Benz en el que viajaba iba a su lado su asesor financiero Joseph Bainitin, conducía César Gallardo. El comando integrado por Enrique Gorriarán Merlo, Hugo Irurzún y Roberto Sánchez lo esperaron con una emboscada planeada por meses —Operación reptil—. Somoza no tenía una rutina fija y se hizo necesario esperarlo cerca de su residencia, que había sido alguna vez la embajada de Sudáfrica. Todas las embajadas en Asunción se encontraban por la zona, también el Ministerio de Defensa, un cuartel del ejército y la Nunciatura, un nido de víboras. Las armas utilizadas fueron: FAL, RPG2, M16.

El primer disparo debía ser con el RPG2 pero se atascó el proyectil. Gorriarán Merlo entonces, ya cruzada la camioneta Cherokee sobre la avenida, descargó los 30 tiros del cargador el M16 al Mercedes, que para su sorpresa no era blindado. La munición del M16 es de 5,56 contra los 7,62 de un FAL, pero alcanza una velocidad tal que produce daños adicionales por presión hidráulica al perforar los tejidos.

La custodia paraguaya abrió fuego desde el Falcón Rojo siendo repelida por los tiros de FAL de Roberto Sánchez, que hacían volar los ladrillos donde impactaban. Irurzún, desde la puerta de la casa que habían alquilado, esperó que Enrique se corriera de la proximidad del vehículo y le disparó con el lanzagranadas antitanque RPG2 (bazuca). La explosión fue tremenda y voló el techo del auto. Casi todo quedó destruido, el motor del auto siguió en marcha —hasta donde tengo entendido, cosa de los Mercedes—. Los cuerpos quedaron carbonizados de tal forma que los forenses reconocieron a Somoza a partir de los pies.


¡En Paraguay recibió un bazucazo al que daba muchos latigazos! 
(José Peña Pérez)



Eso fue el 17 de septiembre de 1980, yo tenía 82 días de nacido.

Visitas dede Octubre/19/2009

Powered By Blogger