El Astillero

"Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias."

-Mario Vargas Llosa-



El tiroteo


BYRON ROSTRAN ARGEÑAL
Oct/04/2019

Era el mes de abril y creo que era época de mucha tensión por algunos tiroteos que habían sucedido en Estados Unidos (¿y cuándo no?), esto es real y se da algo seguido. Se escucha en las noticias, por ejemplo, un tipo completamente armado, entra en una tienda o un estudiante de un colegio un poco resentido con el mundo; comienzan a disparar a su gusto y antojo a todo aquel que perciben en movimiento.

Siempre me han asustado las armas de fuego, no les tengo confianza y causan en mí, una especie de fobia (como el que sienten algunas personas por las cucarachas, serpientes o ratones gigantes). Creo pensar que, ese miedo lo tengo bien arraigado desde mi niñez; cuando quedaba mirando con perplejidad pasar camiones cargados de militares armados, o cuando llegaban a dejar a algún fallecido en la cuadra, muerto en combate.



Yo visitaba la ciudad del sol, Miami, y esa tarde me encontraba en un inmenso centro comercial, sino me equivoco, buscando ropa. Pocos establecimientos estaban aún abiertos. De hecho, ya era muy noche y no me di cuenta. ¡Fueron gritos al desconcierto provocados por un ruido estrepitoso a lo lejos! Yo veía desde la tienda donde me encontraba a las personas correr a lo loco. El ruido de repitió. Parecerían ser disparos. Descargas de armas, eran detonaciones o quizás, eso empezaron a decir. Todo el mundo entró en pánico y lo que parecía un pueblo medio habitado, se convirtió en cosa de segundos, en un caos total. Gente saliendo y no sabiendo qué hacer. Gritaban ¡Disparos! ¡Están disparando! ¡Hay muertos! Otras, entre el bullicio, decían: ¡Es una balacera!

El encargado del lugar donde yo me encontraba decidió que era momento de cerrar la tienda y que todos debían abandonar el lugar. La gente corría, otros se tiraban al piso o trataban de esconderse. Eran miles de gritos. Un señor de unos dos metros de estatura, moreno, se acercó a mí, seguro me percibió un tanto incrédulo, me dijo que debía marcharme, y dejar la carretilla, ya que en breves minutos cerrarían el lugar. ¡Hay un tiroteo señor, debe salir! Yo tenía algunas piezas de ropa que me había costado un tiempo seleccionar para tallarlas, terminaron tiradas por ahí. No quería ponerme nervioso como todos, pero debo admitir que el ambiente se olía a un peligro inminente. De pronto pensé en lo lejos que estaba de mi casa y lo muy tarde que andaba fuera de mi hotel.

La escena con la que me encontré en el gran estacionamiento era de película. Gente gritando y caras de terror se dibujaban en sus rostros, corriendo de aquí para allá. Como algo sincronizado, pero no. Dos helicópteros con potentes focos sobrevolaban buscando el rastro de los terroristas. Pude apreciar lo eficaz con que la policía llegó al lugar. Supongo que tienen todo un sistema estructurado para estas emergencias, por supuesto, es un país de primer mundo que ha estado alerta desde el “9/11”. Yo caminaba tratando de no perder la señal de internet, ya que por quinta vez el Uber había cancelado su llegaba a recogerme. El tráfico se volvió una locura. Me sentí de repente dentro de una amenaza terrorista. No les miento, había miedo en todos lados. En los primeros resultados de mis nervios, intercambié interrogantes sobre lo que estaba ocurriendo con algunas personas que parecían no creer lo que pasaba. No sabían nada o tenían la misma versión:

— “Dicen que una persona empezó a disparar a todos en el Food Court, y hay varios muertos.

Pensé en lo peor. Si al final esto se pone feo, me dije, espero sobrevivir.

Después de casi una hora, un conductor de Uber, se compadeció de mi solicitud y llegó a recogerme. Terminamos hablando del tiroteo, como era de esperarse. Llegué al hotel pensando en todo lo irreal del asunto. No morí, no me tocó una bala perdida. No morí en un país que no era el mío, herido lejos de mi familia.

Me quedé dormido.

Al buscar la noticia al día siguiente, el tiroteo en el que estuve involucrado había sido una pelea de dos tipos ya alcoholizados y un tanto sensibles. Se habían enfrentado a golpes y mientras discutían cerca de las escaleras eléctricas, uno de ellos había pegado y roto uno de los vidrios de una tienda. La otra persona le respondió en venganza, tirándole su botella de cerveza. No fueron tiros ni un psicópata arremetiendo contra la gente. Dos borrachos haciendo escándalo que terminaron arrestados. Muchos miedos rondan los lugares.

Esa mañana, volví a la tienda, con la idea de encontrar la carreta con la ropa que había seleccionado y que dejé tirada, esperando que no la hubieran devuelto a su lugar de exhibición. La gente caminaba tranquila, contenta y radiante. Busqué el lugar específico de la pelea y ya habían recogido los vidrios rotos. Recuerdo que hacía una mañana soleada.

Te cambió la cara

BYRON ROSTRAN ARGEÑAL
Mayo,01,2019.

En alguna ocasión no hace poco tiempo, alguien me dijo, mientras conversábamos sobre la gente un poco amargada, que era responsabilidad de toda persona tener o no un rostro tenso. Explicándome que no era en sí las circunstancias de la vida o de lo que nos afectaba, sino de cómo enfrentamos todo eso. Hay personas que tienen la cara ajada y dura como de pocos amigos, rostros impenetrables, me aseguraba. No son dignas arrugas de vejez o de su duro trabajo a través de la vida. Tener un rostro amargado es responsabilidad de cada uno, insistía. No trato de decirte que uno debe andar con una sonrisa siempre (¡y por qué no!, le sobresaltó esa idea), pero la suavidad refleja tranquilidad y paz. Tranquilidad en todas las diferentes situaciones y paz, que tiene que ver con la conexión espiritual, concluyó.




Pasaba unos días conociendo algunas ciudades de Bosnia y Herzegovina, en Europa, este pasado mes de abril; y cuando me perdía en el tiempo y en sus calles apreciaba restos de la guerra que hubo a inicios de los años noventa, la denominada Guerra de los Balcanes. La guerra de Bosnia fue un conflicto internacional que se desarrolló entre al año de 1992 a 1995. Fue causada por una compleja combinación de factores políticos y religiosos: exaltación nacionalista, crisis política, social y de seguridad que siguieron al final de la Guerra fría y la caída del comunismo en la antigua Yugoslavia. Miles de víctimas en muertes y exilio. Yo recuerdo esas noticias en los canales de televisión cuando yo rondaba los 12 o 13 años. Todavía los lugareños cuentan historias muy particulares de esa época, tan vívidas en sus bocas. Era fascinante estar ahí y escuchar de ellos mismos cosas que pasaron con seguridad. Sobre todo, de los más adultos.




Algunas casas y calles contienen rasgos de esas balas perdidas o detonaciones de bombas. Imaginaba cuando caminaba, estar pasando por las huellas de las botas de soldados o de personas que corrían llorando, buscando como desplazarse mientras huían. Fue una experiencia completamente diferente a las que he vivido en estos viajes. En esos días conocí a muchas personas con las que compartí el propósito de ese viaje, algo así como de encontrar paz interior y valorar el verdadero significado de Semana Santa, y fue más que eso sin duda.

Era el miércoles por la tarde cuando caminaba en los campos traseros de Župna crkva sv. Jakova, entre tanta gente devota; una señora de unos sesenta años, creo, se acercó y me entrelazó con sus brazos. Me sorprendió sin temor, pero no la aparte, creo haberle sonreído, aunque no la identificaba como conocida. Caminamos unos segundos mientras un gélido viento acariciaba todo el lugar. Me sonrió y sin ninguna introducción me dijo: “Te cambió la cara, hijo”. ¿Sí?, le respondí. Sí, me aseguró. En comparación con tu rostro del primer día. ¿En serio?, me defendí. Le había dado tiempo de comparar su primera impresión con la de ahora, pensé (realmente se había fijado en mí o simplemente fue toda una pequeña coincidencia). Ahora se te dibuja una sonrisa de oreja a oreja, me lo decía con cariño. No es que venías triste o serio, hizo una pausa; pero tu cara es otra. Simplemente te cambió, me lo decía fijamente. Le sonreí y la abracé fuerte, creo haberlo hecho con mucha sinceridad y agradecimiento. Si me preguntan, creo que no la volví a ver, aunque la busqué en los siguientes días con diligencia. Suelo olvidar nombres, lo reconozco, pero nunca olvido un rostro, aunque solo por una vez lo haya visto. No traté de analizar lo que me había dicho, simplemente lo disfruté y creí. 


Esa tarde caminé a propósito en solitario por los bellos campos, los altos pinos y la grama verde de ese lugar, sonriendo intencionalmente a todo mi alrededor. A lo mejor sintiéndome agradecido. 
Pensaba que, así como en los lugares de Bosnia y Herzegovina donde caminaba, reflejaban estragos de la guerra, también estos manifestaban mucha paz y seguridad. Un país que, aunque pasó años de mucho dolor y sufrimiento, se ha convertido en un país que atrae a mucha gente por su amabilidad y devoción. Incluso si uno camina hasta muy tarde en la noche, la confianza que existe es inexplicable. Los negocios dejan sus muebles, vitrinas, mesas, afuera y sin ninguna extrema seguridad.

Este país me dibujó una enorme sonrisa desde muy dentro. Un lugar donde uno que llega sale queriendo dar mucho amor.

Repetí el gesto que esa bella dama hizo conmigo. 

Me acerqué y tomé de los brazos a este país, seguramente él no me reconoció como a uno de sus conocidos, pero no me apartó. Así que le dije: “Te cambió la cara”. Y Bosnia, me sonrió.

Visitas dede Octubre/19/2009

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