BYRON ROSTRAN ARGEÑAL
Publicado originalmente en Noticultura en Marzo 04,
2014.
La española Rosa Capella (1925), es
sin duda una ciudadana del mundo. Conoce un poco sobre esta dama y la pasión
que la mantiene viva. Una mujer digna de admirar, porque a pesar del tiempo, ha
sabido vivir en presente.
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Diario El País: Cien españoles que triunfan en el mundo. © JAVIER SCHEJTMAN |
Se acercó con pasos lentos y una mirada precavida a todo su alrededor,
estaba a punto de cumplir 84 años. Su carta de presentación fue: unos cabellos
adultos, una piel blanca transparente y una vida llena de muchas historias. A
mediados del mes de junio de 2009 fue cuando la conocí. Coincidimos en una
tienda de libros cuando yo comenzaba a interesarme en las algunas formas de la
literatura. Esa noche se presentaba una novela policiaca de un escritor
nicaragüense, el título de la novela alegaba al presente estado de sufrimiento
del cielo, un tanto melancólico pero sin duda atractivo. Me senté en la primera
fila junto a ella (aunque a veces me queda la duda que si fue ella quien se
sentó junto a mí).
La percibí frágil pero sus movimientos
certeros al buscar la silla me quitaron ese planteamiento. Se aferraba a un
bastón que dejó acostado al borde de su asiento. Conversábamos antes que diera
inicio el evento y la impresión que tuve después de esa noche y de muchos días,
es de haber hablado con alguien que conocía de antaño.
Desde esa ocasión mi amistad con ella ha venido surgiendo de muchas
maneras (me gusta pensar siempre en presente progresivo). Se ha formado una
relación muy bonita, tanto como de un miembro de mi familia. A veces pienso que
por el hecho de no haber conocido a mis abuelos (a mis abuelas nunca las conocí
y mis abuelos murieron cuando era un niño), es la razón por la que me gustan
las personas mayores; es decir, disfruto en gran manera hablar con adultos. Mis
conversaciones son más bien entrevistas disfrazadas que tratan de responder la
curiosidad que me da el pasado o la primera vida de alguien. (Ese día, o esa
noche, también conocí al poeta Francisco Ruiz Udiel (1977-2010).
Uno no tiene idea con las personas que se topará en este camino de la
vida, del placer que tendrá de conocerlos. Personas que de muchas formas te
influencian, llegan a contagiarte de algo que ellos por naturaleza o por
aprendizaje tienen. Su personalidad es de dar, como si no se dieran cuenta de
todo lo que son. “Esas” personas, son cada vez
más conscientes de su condición humana y por ende no dan lugar al ego ni a la
pantomima. Conocer gente así sin duda es algo realmente escaso y aislado.
Personas positivas y con ánimos de vivir, aunque la vida no siempre se porte
justa con ellos —o con nadie—, ellas terminan demostrando cómo vivir con
sentido común.
Rosa Capella nació en 1925 en
el municipio español y ciudad portuaria Santander de Cantabria en España,
situada en la parte norte de la Península Ibérica. Creció viendo los atardeceres
de la costa cuando la agonizante luz del día delineaba la cruz del Faro de Cabo
Mayor, su abuela y su tía materna, las que la criaron, fueron sus primeras mentoras. En nuestras inacabadas conversaciones ella siempre me da datos históricos de su vida, como cuando estalló la guerra civil Española el día de su decimoprimer
cumpleaños, el dieciocho de julio de 1936. O como cuando llegó a Cuba a sus dieciocho años junto con su hermana para reunirse con su
madre quien ya había enviudado.
Después de algunos años y por segunda
vez en su vida, se encontró en medio de sucesos históricos. Toda la comodidad
que ya poseía a sus treinta y tantos años, se vio interrumpida cuando estalló
la revolución cubana de Fidel y el Ché. Así que viendo el camino desviado de la
revolución en que creyó, salió de Cuba en 1961 con su hijo de 12 años. Ella
tenía 36 años.
De ahí en adelante los sitios en que ha vivido han sido sólo estadías momentáneas, vidas peregrinas, sangre del mundo. Las diferentes razones de su peregrinación con propósito, han confabulado para mantenerla en países por periodos largos o cortos, en su afán por ayudar al prójimo: La misión de su vida, su identidad. Una activista y pacifista nata.
Ya lo dijo alguna vez Isaak Bábel:
“Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto
puesto en el lugar que le corresponde”.
A mediados de los 90’s Rosa arribó a Nicaragua con una delegación metodista
americana con el fin de ayudar a la niñez y educación, se quedó. Fue parte de
la fundación de una universidad y de NITCA (Niños
trabajadores de la calle), lugar donde palpita con más fuerza su corazón.
Organización sin fines de lucro que por quince años ha venido mostrando un
interés sincero por los infantes pobres y sin un futuro —o sin algún futuro.
Alimentación, reforzamientos, artes, becas, pintura, danza y entre otros muchos
proyectos.
Por casi 20 años en Nicaragua y cerca de sus dignos 89 años, Rosa Capella
ha sido la suma de su vida y experiencias. Amante de niños y de los libros,
fiel vegetariana y siempre pendiente de la política. Doña Rosita, como todos le dicen, ha vivido en un
eterno presente y eso la mantiene con muchas energías para estar constantemente
involucrada en cosas importantes. Se ha dado cuenta que “el miedo es el enemigo de la vida”.
Recién vino de sus vacaciones de fin
de año de España; así que pondremos al día las cosas pendientes, me
contará de lo visto por aquellos lados y seguramente me preguntará por mi
matrimonio. Hablaremos de libros (algo básico en sus conversaciones), un poco
de la opinión pública o de cultura en general; de sus niños en NITCA y de la
vida. Todo esto cuando algunas frases en inglés o francés se le escapen de su
boca.
Pienso en ella como una mujer independiente, joven y con todas las
fuerzas del mundo. Me la imagino en blanco y negro por todas esas fotografías
que he tenido la dicha de ver. Me la imagino a colores también, en miles de
colores. La veo caminando en el norte de EEUU, de donde es también ciudadana.
Me la imagino leyendo a Ortega y Gasset o a su amado Pablo Neruda, sentada en
alguna banqueta de una rue en París.
La veo en
Inglaterra o en su natal España recibiendo un reconocimiento. La veo rodeada
de niños sonriendo y llorando, y me intriga. La veo nostálgica en una soleada
tarde en La Habana. La veo fuerte y la veo débil. Me doy cuenta que
es una mujer que ha vivido mucho y que siempre ha llevado en su corazón una
niña a lo largo de todos estos años de duro trabajo.
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