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Nekane
GUILLERMO OBANDO CORRALES 20 DIC 2013
Nekane es una colegiala que acaba de
cumplir 16 añitos y se ha escapado de casa. Los motivos, a simple vista, son
los clásicos: padres excesivamente protectores, ganas de salir volando en una
escoba hacia alguna estrella orgásmica, o la simple necesidad suya de ganar
dinero fácil.
Conseguí sus antecedentes por Internet
y la contacté por AliExpress.com. La
misma tarde estábamos quedando en un parque cerca de mi oficina para
conocernos.
Hola, dije yo la primera vez que la
vi. Hola, me llamo Nekane y me gustan las pollas peludas, creí oírle decir.
Nekane es tetona, blanca y tiene unas
piernas grandes y suaves. Le digo yo que es la más bella del mundo. Les ganas a
las negritas de África, a las europeas y su modo superfluo de mamar falos; les
ganas, incluso, a las americanas, muy diestras en el arte del perrito. A ella
le gusta que se lo diga cuantas veces pueda. Dice que ningún hombre, cuando se
la mete, y en especial llegado el momento de la excitación, ha mostrado
sensibilidad poética hacia ella, y menos le ha dicho que la quiere.
Te quiero, puta barata, le digo
cuantas veces puedo. A ella le gusta, yo sé que le gusta, pese a su silencio y
a su cara siempre tan triste, como si pretendiera con eso hacer salir algún día
del planeta tierra a todos los habitantes de sus madrigueras sexuales o como si
esperara cohibida a su príncipe azul desde la profundidad de una caverna
prehistórica.
A veces Nekane y yo jugamos a
representar algunas de las escenas del Kamasutra. La sección I nos la sabemos
de memoria: habla de sucesiones aritméticas en el cálculo de apretar clítoris y
penes y de cómo atrapar a una mujer excitada en medio de un bosque
descontrolado con hombres o simios mostrando sus bananas para que ella se las
chupe.
En ciertas ocasiones, debo decirlo,
he pensado en llegar a tener con ella fuertes relaciones encima del puente, o
en medio de cualquier avenida, para que todos vean cómo sabemos dominar los
subterfugios del arte teatral. Colocar a Nekane en el hierro frío de un poste,
abrir sus piernas, sentir la frialdad de su bipartita carne velluda e
introducir mi polla en su vulva elástica. Proseguir a tomarla de la mano,
voltearla de espaldas, y en un ir y venir penetrarla con violencia y sutilidad,
hasta dejar su cuerpo aguado. Es una dama, y hay que respetarla, pero sólo por
eso no deja de ser una puta sabrosa a la que hay que disfrutar. Pasos,
movimientos, mamadas obsesivas…: el texto porno-guía contiene gran variedad de
diversiones, pero yo pretendo pasarme de la raya llevando a Nekane a las calles
(aunque ella me dice Vamos, quiero hacerlo contigo en donde sea, pero eso ya
sería demasiado de mi parte).
Otras veces intentamos establecer la
versión porno de Pedro Páramo. Ella camina entre toda la casa desnuda, y yo soy
el que se encuentra a Juan Preciado divagando entre el vértigo de arena y
tristezas. No hay mulas, nopales ni sol, pero el pubis de Nekane hace que todo
lo demás salga sobrando. Entonces le digo qué buscas. A Pedro Páramo, dice
ella, y me enseña su escote rosado, intentando oscurecerme en el mundo de Komala
(así se llama nuestro pueblo --ella le puso ese nombre, pero nunca se me ha
ocurrido preguntárselo, o quién sabe, tal vez la muy puta no ha querido
decírmelo, por su desidia verbal de siempre).
Los juegos con Nekane, valga decirlo
también, son de los más diversos; buscamos en la tienda los vibradores más
modernos, que son los que vuelan, los que se meten hasta en la garganta de la
persona, los que evitan, simplemente, el tedio en medio de una noche con una
muchacha tan guapa, blanca, y tetona como ella.
Las pláticas entre Nekane y yo, generalmente,
casi no se dan. Las personas --sin ánimo de ofender a nadie-- se comunican
mejor a través del sexo. Logras con el sexo mantener la armonía del sabor
amistoso en una relación de pareja. Conectas tus sentidos a los de ella con los
aires bilaterales y erógenos que se adhieren a tu sudor y a las fibras del suyo.
No hay necesidad de gastarse saliva. Te pones en su cuerpecito (y aquí depende
si las mujeres son vacas o jirafas, porque de todo hay en la villa del señor),
y ahí vas, cabalgando lentamente por sus venas, afeitando sus pelos, su cebo
puesto a tu disposición. En mi caso, ni siquiera grito. Y esa es la mejor
parte: ninguno de los dos grita, y entonces parecemos dos loquitos teniendo
sexo en una isla desierta rodeada de loquitos que a su vez miran obnubilados a
varios loquitos que a su vez miran a otros loquitos que finalmente observan, y
esto lo hacen desde el punto más alto de una montaña, buscando el mejor ángulo,
a loquitos que tienen sexo caníbalmente.
Por lo demás (es decir, el tiempo que
hemos pasado Nekane y yo luego de que nos conocimos en un parque solitario y
despreocupado como ella, a quien poco le importa si su familia está muerta o
perdida en los vestigios mercadotécnicos que dejaron las Torres Gemelas), todo
marchó bien.
Nuestra primera relación sexual fue inaudita:
cogimos de las nueve de la noche de ese día hasta el amanecer próximo. Sin
embargo, después de pasar varias semanas en mi casa --nos sentábamos en los
bordes de la cama, las caras llenas de semen, a contemplar la entrada del sol
en la ventana de nues-tro cuarto, porque lo que es mío es de ella también, y se
lo hice saber, este cuarto, esta cama, esta casa, esta polla, incluso, es toda
tuya, y Nekane gritó de alegría, la hubieran visto-- decidí, con toda la pasión
del mundo, que era tiempo de unirme a ella con formalismos, por siempre.
La boda fue una celebración de lo
menos concurrida. Invité a algunas de sus amigas, pero a los miembros de mi
familia los aparté de estas cosas. Nunca quisieron a ninguna de las mujeres que
les llevé; las recibían con asquerosidad de su parte.
Así que en la luna de miel le prometí
a Nekane nunca dejarla ir. Seríamos encarnados para siempre, y eso se lo
prometí dos veces. Entiéndeme, le dije, te amo mucho, mucho, y si bien los dos
nunca seremos una sola persona, sí seremos la sombra distante que se fragmenta
en muchas otras hasta conseguir la perfecta representación de una sola sombra,
¿me entiendes?: es algo como decir que no siempre comeremos del mismo plato,
claro, nunca te daría de la misma sala picante que me gusta y sé que a ti no te
gustaría probarla, pero sería entonces imaginarnos en esa tasa de salsa
concurridos entre las partículas de lo picante, unidos por siempre por la desesperante
quemazón en la lengua.
Todas las aguas de la relación entre
Nekane y yo iban tan así, a buen paso, hasta hace una semana.
Era un lunes de mañanita. Me levanté,
cogí con ella a las nueve y me fui al trabajo. Cuando volví no estaba más que
su cabeza tirada en el suelo del dormitorio. Pensé llamar a la policía, pero me
contuve; una línea delgada de retención me entró de repente, y me denegué
también a marcar el número de la ambulancia. Leí el Manual de Compras, y
claramente decía que a las muñecas había que cuidarlas de las caídas graves, y
atribuí mi error en dejar todos los días a Nekane parada en cualquier lado, o
en el baño siempre, justo para meterme con ella, bañarnos y hacernos pompas de
jabón al regreso.
Ahora no siento arrepentimiento; la
amé hasta el final, y nadie puede dudarlo, lo que quiero decir es que nadie se
dio cuenta de cuánto amaba a Nekane, y por eso ni siquiera pueden hacerse una
noción de mi amor hacia ella, porque yo sé que Nekane, en el fondo, todavía me
ama… ¡Me ama!
Nekane está viéndome ahorita desde la
vitrina. He decidido que ella está mejor en su tienda de origen, durmiendo bajo
el aire acondicionado, y yo me aprovecho de eso, y voy a jugar con ella de vez
cuando, cuando es necesario, posible o el trabajo así me lo permite.
Espero que Nekane no se canse nunca
de mí. Si lo hace, no voy a dudar en cogerme a sus amigas que me voltean en
este instante la cara, como si supieran que detrás de este hombre hay una
expresión clásica de remordimiento por no haber amado lo suficiente a una
muñeca escolar tan rica, blanquita y hermosa como Nekane.