BYRON ROSTRAN
ARGEÑAL
Feb/02/2017
(PUBLICADO ORIGINALMENTE EL
NOTICULTURA, ABRIL, 09,2015)
Habíamos pasado unos días algo apresurados en Londres, Inglaterra
conociendo los lugares indispensables, realmente bellos. Desde siempre o desde
que tuvimos intención de visitar esta ciudad, supe que me gustaría mucho. Digo
“días apresurados” no porque no los haya disfrutado, sino porque debíamos
cumplir con el itinerario programado. Llegábamos de Francia y habían sido días
intensos.
Cuando bajamos en la terminal 5 del Heathrow, en un vuelo bastante rápido por British Airways, lo primero sin duda, ubicarnos para saber exactamente dónde debíamos dirigirnos. El destino por los próximos días sería la reconfortante y tranquila zona de Clapham Common South. Compramos los tickets del Underground y cambiamos dinero: de euros a libras. Viva La Reina! Abordamos la línea morada “Piccadilly” con destino a King´s Cross St. Pancras Station y, de ahí tomamos la línea negra “Northern” al sur de la ciudad. Un metro lento (París es una locura y la red de transporte casi una telaraña); esto me dio la oportunidad de tranquilizarme y de apreciar el recorrido.
Cuando bajamos en la terminal 5 del Heathrow, en un vuelo bastante rápido por British Airways, lo primero sin duda, ubicarnos para saber exactamente dónde debíamos dirigirnos. El destino por los próximos días sería la reconfortante y tranquila zona de Clapham Common South. Compramos los tickets del Underground y cambiamos dinero: de euros a libras. Viva La Reina! Abordamos la línea morada “Piccadilly” con destino a King´s Cross St. Pancras Station y, de ahí tomamos la línea negra “Northern” al sur de la ciudad. Un metro lento (París es una locura y la red de transporte casi una telaraña); esto me dio la oportunidad de tranquilizarme y de apreciar el recorrido.
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Veinte libras esterlinas (£20)
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Gente bastante elegante y relajada.
Sus rostros denotaban facciones finas, apariencia de ir con presteza a un lugar
importante, pero con relativa pasividad. Aparentan ver a todos, pero realmente
no ven a nadie. Manteniendo, por supuesto, su resaltado acento inglés, en lo
que podía percibir del susurro de sus conversaciones. Pero sobretodo y lo que
llamó poderosamente mi atención fue que, los londinenses, siempre parecen
portar algo que leer: un libro o un pequeño diario local. Gente que lee y
que lee mucho. Esto me gustó.
En otra ocasión tomaré tiempo para
contarles uno que otro detalle de la bella ciudad real, con sus puentes,
cabinas telefónicas, su río Sena, el Golden Eye, su Big Ben, museos, sus
routemasters, jardines y arquitectura clásica.
Lo sorprendente de estas ciudades
europeas es que han mantenido sus edificios y diseños a través de los largos
años de la historia, expandidas con lógica. No como Managua,
reconstruida al garete, donde mejor le parezca al ojo humano. Aunque tal vez
sea más correcto decir que la capital está siendo re-imaginada, como una
versión de sí misma en la que toda esa desagradable historia reciente jamás
hubiera ocurrido.
Al terminar nuestro tiempo en Londres, nos dirigimos al aeropuerto para
salir a Roma, habíamos llegado con las completas, el metro no fue el correcto y
con escasos 40 o 30 minutos para llegar nos tuvimos que bajar porque se dirigía
otro sitio. Buscamos un taxi desesperadamente temiendo que el vuelo nos dejara.
Las £22 que costó valieron mucho la pena ya que llegamos cuando cerraban el gate;
de hecho, ya lo habían cerrado después que hicimos el “check in” casi apurando
al recepcionista. No nos querían dejar entrar. Algo nos había atrasado!
alegamos. Llamaron por radio verificando nuestros tickets. Discutieron entre
ellos y como no habían abordado, nos dejaron entrar. Abran la puerta!
Entramos con ansiedad y sonriendo. Ya dentro, en la bandas de rayos X mi
mochila activó la alarma, el detector empezó a gritar estrepitosamente. Fue un
caos total. Todos miraban, me miraban, yo pensaba en el vuelo que nos dejaría o
la distancia a recorrer desde esa revisión hasta la puerta de abordaje. (Las
distancias en esos aeropuertos son enormes). Me preocupaba perder el viaje,
pero también pensaba en lo que pudiera haber en mi mochila, eso que estuviera
causando tanto escándalo. Hice un recuento mental, pero no encontré nada. De
pronto me preocupaba lo que pudieran pensar de mí, aunque no conociera a nadie
en ese inmenso hangár.
Llegaron los refuerzos, otros
oficiales. Se juntaron como tres o cinco personas en un segundo y sus rostros
serios demostraban autoridad para revisar cada cosa de mi maleta. De
pronto sentí que habían descubierto no sé qué. Imaginé siendo un terrorista
cargado de explosivos dispuesto a morir junto con los miles que se encontraban
a esa hora. Fue sumamente incómodo. Una oficial con guantes de latex en sus manos
inició el saqueo, yo miraba sus manos un tanto incrédulo, porque el
movimiento de sus brazos parecían haber tenido un ensayo previo, pero con
extremada calma. Mi esposa me decía con su mirada que ya estábamos perdidos y
sin vuelo. Nos preguntaron de dónde veníamos, a dónde nos dirigíamos y
sobretodo, qué podía ser lo que activaba el sensor. La mochila la llevaba al
tope de cosas: audífonos, tablet, ropa, recuerdos, laptop, zapatos; así que lo
que me costó acomodar sin duda me costaría volver a guardar.
Sacaron casi todo lo que contenía y
al pasarla de nuevo, el sensor volvió a sonar con más fuerza, o eso me pareció.
Por radio llamaron para confirmarnos que nuestro vuelo estaba o seguía
retrasado y que al parecer había tiempo de llegar, esa noticia hizo intento de
tranquilizarme. El oficial sentado junto a la pantalla de escáner decía o
susurraba que lo que parecía contener mi equipaje era una bala. ¿Un bala?, dijo
mi esposa; no había lógica alguna. Una bala era el tema, una bala era el
problema, una bala era la causa. Sus miradas me acusaban y yo me desconcertaba
más.
Las risas se soltaron cuando uno de ellos al revisar en uno de los
compartimientos detectó que la “bala” era un pito o un silbato, algo que
las mochilas Totto siempre traen y que yo al parecer nunca
quité ni me percaté. Nos pidieron disculpas e imitaron ayudarme a volver todas
las cosas a su lugar, en esta ocasión, todo pareció quedar desahogado.
Nos fuimos de esa zona cansados y fastidiados. No perdimos el vuelo por un inesperado retraso, un nuevo destino faltaba, Roma nos esperaba.